por Koncha Pinós-Pey
Todo cerebro empieza siendo un cerebro
femenino hasta que ocho semanas después de la concepción se vuelve masculino.
El aumento de la testosterona disminuye el centro de la comunicación, reduce el
córtex de la audición y hace dos veces mayor la parte del cerebro que procesa
el sexo.
Louann Brizendine es una neuropsiquiatra autora de dos
magníficos libros: El cerebro femenino y El cerebro masculino. Como
estudiante de medicina le sorprendió que las investigaciones científicas más
importantes hubieran excluido a las mujeres porque sus ciclos menstruales
arruinaban las estadísticas. Eso quiere decir que grandes áreas de la ciencia
se habían visto sesgadas en su visión más profunda, la de las mujeres, áreas
como la biología o el comportamiento humano; solo hace pocos años eso ha
empezado a cambiar.
La visión más valiente de Brizendine es ese
descubrimiento precoz sobre la “desigualdad básica en el cerebro”, intentar
comprender cómo las hormonas afectan al
cerebro masculino y al femenino, qué forma tienen de fundamentar los
estados de ánimo. Lo expuso en su primera tesis, El cerebro femenino, donde
disecciona las estructuras del cerebro y la biología hormonal creando un
fascinante viaje que abarca las diferentes etapas de la vida.
Las estructuras cerebrales diferentes generan una
biología hormonal en el hombre que produce también una realidad diferente en
las etapas de la vida. Las personas piensan que el “cerebro masculino” se
considera simple, por oposición al femenino. Craso error.
Todo el trabajo clínico y la investigación
en muchos campos, desde la neurociencia a la biología evolutiva, muestran un
panorama totalmente diferente. La simplificación de que un cerebro es “sencillo” o
“complejo” está bien para bromear, pero para nada más.
Cerebros masculinos y femeninos son diferentes desde
el momento de la concepción. Parece claro que todas las células del cerebro y
el cuerpo son diferentes en profundidad. Una célula masculina tiene un
cromosoma Y; la hembra, no. Esa diferencia pequeña pero significativa comienza
a establecer un escenario de genes que se
amplifica más tarde por las hormonas. Ocho semanas después de
la concepción los pequeños testículos comienzan a producir suficiente
testosterona como para “marinar” el cerebro y alterar la estructura
fundamental.
Hormonas y comportamiento
En el cerebro femenino, las hormonas progesterona y
oxitocina predisponen a los circuitos del cerebro hacia los comportamientos
típicamente femeninos. En el masculino, la vasopresina y la testosterona serán
las que manden. Las influencias en el comportamiento debido a las hormonas
masculinas y femeninas son muy importantes. Hemos aprendido que los hombres utilizan diferentes circuitos cerebrales para
procesar la información espacial y para resolver problemas emocionales. Sus circuitos del cerebro y el sistema nervioso
están conectados a sus músculos de modo diferente, sobre todo en la cara.
Los cerebros masculinos y femeninos oyen, ven, intuyen
y evalúan de manera diferente. Aunque los circuitos del cerebro son muy
similares, los hombres y las mujeres pueden llegar a lograr los mismos
objetivos y tareas utilizando diferentes
circuitos.
Los hombres tienen dos veces y media más
espacio cerebral dedicado al impulso sexual en su hipotálamo. Los pensamientos
sexuales están en el fondo del neocórtex visual de un hombre durando todo el
día y toda la noche, estando
siempre preparado para aprovechar cualquier oportunidad sexual. Las mujeres se
dan cuenta de esto, y afirman “que el pene tiene una mente propia”. Aunque el
apareamiento es importante para hombres y mujeres, se vive de forma diferente.
Una vez que los circuitos del amor y el deseo están en sincronía en un hombre,
no hay quien los pare. Mientras que la mujer aun tiene que empezar.
Nuestra comprensión de las diferencias esenciales de
género es fundamental, porque la biología no cuenta toda la historia. Aunque la
distinción entre niños y niñas comienza biológicamente en el cerebro, las
investigaciones nos dicen que esto es solo el principio. La arquitectura del
cerebro no está escrita en piedra en el nacimiento o en la infancia, sino que
va cambiando a lo largo de la vida. En lugar de ser inmutables, nuestros cerebros son neuroplásticos y cambiantes.
El cerebro humano es también una máquina de aprendizaje con más talento de lo
que sabemos. Así que nuestra cultura y cómo se nos
enseña juegan un gran papel en la formación del mismo. Si a un
niño se le educa para “ser un macho”, en el momento en que se convierta en
adulto la arquitectura y los circuitos de su cerebro ya están predispuestos a
ser más “macho aún”. Y una vez que llegue a la edad adulta y se pregunte ¿qué
quieren las mujeres?, si nadie le da una respuesta, deducirá que debe de ser
fuerte, valiente y aguantarse, haciendo lo que se espera de él. Crece con
presión, con miedo y dolor, para ocultar emociones como la compasión. Tanto es
así que si se le ofrece amor, cariño o caricias, sus circuitos cerebrales
“reflejarán” que el otro es débil o vulnerable, una presa fácil.
Nosotros los humanos somos seres sociales, y nuestros
cerebros aprenden todo lo que se hace socialmente en términos de aceptable o no
aceptable. En la edad adulta, la mayoría de los hombres y mujeres ya han
aprendido a comportarse de una forma determinada. Pero ¿cuánto de este comportamiento es innato y cuánto se puede
aprender? ¿Tienen los problemas de comunicación entre hombres y
mujeres una base biológica?
Si sabemos que una tendencia biológica de nuestro
cerebro está guiando nuestros impulsos, podemos
elegir actuar o no actuar en esa vía. Este
conocimiento que aquí planteo es solo eso: algo que te puede ayudar a
entenderte y entender a los otros. El resto es cuestión de poner atención.